
Santísimo Cristo de la Vera+Cruz
En el año 1624, concretamente el día 8 de marzo, el insigne imaginero cordobés Juan de Mesa entregó a los mayordomos de la Cofradía de la Vera+Cruz de Las Cabezas de San Juan la imagen de un crucificado. Esta obra fue sufragada por el capitán Francisco de Gámez y, desde entonces, ha sido la imagen titular de la Hermandad.
Estos datos salieron a la luz gracias a la restauración a la que fue sometida la venerada imagen en 1983 por el profesor Arquillo Torres, quien extrajo de la efigie un pergamino donde, de puño y letra del propio Juan de Mesa, se especificaban estos hechos.
La llegada del Cristo a Las Cabezas marcó el inicio de una etapa de auge en la Hermandad, que se extendió hasta finales del siglo XVIII.
Confirmación de la autoría
D. José Hernández Díaz fue el primer profesor que señaló notables afinidades entre esta imagen y las esculturas de Juan de Mesa. Aunque hasta 1983 no se conocía con certeza la autoría, ya en 1933, durante una intervención en la Academia Sevillana de Bellas Artes, Hernández Díaz comentó sobre esta talla:
“Con toda seguridad es obra de Juan de Mesa la imagen del Cristo de la Vera Cruz venerado en Las Cabezas de San Juan, bastando sólo la visión de la escultura para quedar convencido de ello.”
El Cristo del Barroco
El Santísimo Cristo de Las Cabezas de San Juan recoge en sí los rasgos más peculiares del estilo de Juan de Mesa. Su realismo es tal que en Él se puede estudiar la anatomía humana. Este crucificado muerto representa el dolor divino según el espíritu del Concilio de Trento y el sentir popular.
La hermosura de su cuerpo, unida a la serenidad de su rostro, conmueve profundamente. El tratamiento del sudario deja entrever una cadera descubierta, que parece más humana que divina. Su cabello y barba se presentan con abundantes rizos, y, como en otras obras del autor, Mesa utiliza un solo clavo para fijar los pies.
Es un Cristo muerto con las características de un hombre corpulento, coronado de espinas talladas en la misma cabeza y con un paño de pureza al estilo montañesino, similar al del Cristo de la Buena Muerte de Sevilla o al que preside el presbiterio de la Catedral de la Almudena en Madrid.
Todo se ha consumado. Cristo pende desplomado del madero: los brazos caen hacia adelante, las rodillas se flexionan por el peso del cuerpo, y la cabeza se inclina hacia su diestra. Su mirada, inerte, transmite un profundo sosiego del que emana inevitablemente la devoción.
Tal y como lo definió el imaginero Antonio Illanes, se trata de:
“El Cristo histórico del Barroco”, presentado en una efigie sagrada que representa la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre.